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Foto del escritorJuan Rey Lucas

Reality de David Bowie

Actualizado: 9 feb 2021

“Sí, los fractales son lo que quiero encontrar en mi música”

Gyorgy Ligeti


“La música es una ciencia que nos puede hacernos reír, cantar y bailar”

Guillaume de Machaut



Es tan difícil y disfrutable a la vez abordar cualquiera de las facetas del artista más grande el siglo pasado (en mi personal opinión). Pero cualquiera de sus mismas creaciones hasta la más fallida tiene su propio valor. La criatura heterogénea: David Bowie, saca en el 2003 un disco que quizá no tiene mucha divulgación; sobre todo en el continente americano, pero la gran virtud de éste es la desenvoltura, la libertad con la que compone, toca, canta, y ejecuta todo de manera desparpajada. Puede que no entre dentro de la categoría de sus clásicos discográficos de la leyenda, pero es una grabación que no le pide ninguna cualidad a cualquiera de sus antecesores o futuros compañeros plativolos.


No puede empezar de mejor forma que con la extraordinaria, chingona, y poca madre de “New Killer Star”. Imposible que la rola no nos ponga de mejor ánimo y nos suelte a la buena vibra. Aparecería otra de enormes proporciones; la estupenda, prendida, y genial “Pablo Picasso” (ese guitarreo españolesco emerge desde los confines de la insania). Prosigue la rítmica, chida y formidable “Never Get Old”. Cesamos un poco la vibración, para ahondar en los ámbitos morosos y hermosos, para toparnos con la pesarosa, apesadumbrada y dolida –pareciera que el mundo se cayera en un segundo sin que nos avisarán- “The Loneliest guy”.


Volvemos a despertar de la tempestad, para que el genio británico nos vuelque a mover de la más divertida de los procederes con la achispada “Looking for Water”. Posteriormente, nos coloca en la misma meseta pero con un éter más circunspecto, con “She´ll drive the big car”. Nos descubrimos con un dije de melodía exquisito: la tierna, debita, consoladora, y que nos retorna al vinculo tan más elemental como sustancial de la humanidad: la amistad con la fraternal “Days”.


Arribamos con permeabilidades de la era sesentera: la árida, agostada y enjuta “Fall dof bombs the moon”. Vendría un clásico mundial –de su amigo George Harrison- cantando la inmortal “Try some, buy some”. Aquí es el cruce de dos grandes en el tiempo, así que lo único (y todo) que podemos es disfrutar el choque de constelaciones. Prosigue la que le da nombre al disco: la vertiginosa, acelerada, y desbocada “Reality”. Se finaliza con la abismal, cogitativa, y discurrida “Bring me the disco King”.


El trabajo artístico del maestro posee mucho donaire, hasta se percibe cierta facilidad que por supuesto que es simulada frente a un arquitecto que ya ha esas alturas de su existencia podía deshacer y hacer castillos melódicos y singulares tan plenos y repletos de osadía que el disfrute es el arma siempre recargada y que es transmitida por la soltura de sus invenciones. Él mismo pareciera no exigirse: y por lo mismo se evita complicaciones. Pero como digo es sólo lo inmediato de una gestación tan bien edificada que tras bambalinas seguramente nos encontraremos con toda la maquinaria del sibarita. Belleza asequible, poder vasto, y genio refrendado para lograr constante fascinación.









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